venerdì 14 ottobre 2011

14 Octubre 1936



Mártires de Castro Urdiales



P. J. Gelada

H. F. Barrio


P. I. Carrascal

La Comunidad de Castro Urdiales (Cantabria) figura en los Anales de la Congregación claretiana entre las Comunidades mártires. Siete fueron sus miembros muertos por el único delito de ser religiosos. Se hallaba dicha Comunidad instalada en el edificio del Colegio Barquín, que asomado al Paseo marítimo y vigilado en su entrada por cuatro hermosas palmeras constituía uno de los edificios emblemáticos de la pequeña ciudad de Castro Urdiales . Todo funcionaba normalmente hasta que el día 20 de julio de 1936 la Comunidad se vió obligada a dispersarse. Provisionalmente quedaron en el Colegio los PP. Agustín de Lazcano y Romualdo Echezárraga y los Hnos. Félix del Barrio y Domingo Vidaurreta, siendo objeto de burlas e insultos por parte de los milicianos que lo ocupaban, hasta que el 17 de agosto, por orden de la Alcaldía, se vieron obligados a desalojarlo por completo y definitivamente.
Los PP. Isaac Carrascal y Joaquín Gelada se refugiaron desde el primer momento en el Asilo del Sagrado Corazón, gestionado por la Religiosas Siervas de Jesús, a quienes atendían en los servicios de capellanía. Otros miembros de la Comunidad, el Hno José Garriga y los PP. Jerónimo Carazo, José Martínez y Juan Manuel Arteaga buscaron acomodo en diversos lugares.
Después del 17 de agosto, el Hno Barrio se fue al encuentro de los hermanos que estaban en el Asilo. Se constituyó así una comunidad de tres almas gemelas que estarían ya unidas en vida y en muerte. Con frecuencia eran visitados por el Hno Garriga, y varias veces por los otros tres que les habían de adelantar en la gloria del martirio.
La “comunidad” del Asilo vivía en clima de preparación para el momento del supremo testimonio. De ellos escribe el P. José Gutiérrez: “De los Padres Gelada y Carrascal y del Hno Barrio, con quienes pude hablar confidencialmente a raíz de los Ejercicios Espirituales que practicaron en el retiro del Asilo, puedo dar fe de la confianza suma que pusieron en Dios, de quien esperaban valor y fortaleza para superar toda clase de trabajos y el martirio mismo, si era así su divina Voluntad, a la que se entregaban completamente resignados”.
Cada uno aprovechaba el tiempo según le inspiraba el espíritu. El P. Gelada, fuera del día que dedicaba a las confesiones de las Religiosas, todo su tiempo se empleaba en la oración y el estudio.
Por su parte, el Hno Barrio continuó siendo el de siempre: servidor bueno y abnegado de su hermanos hasta el fin de sus días. La exquisita humildad del santo varón llamó muy pronto la atención de las Hermanas del Asilo: “Tiene algo de sobrenatural”, decían.
Y el P. Carrascal, según testimonio de una religiosa del Asilo, no acertaba a estarse quieto en su retiro oculto, y siempre que podía venía a ejercer su ministerio entre nosotras en esta casa, último campo de sus actividades misioneras.
Ni por un solo momento se engañaron los siervos de Dios en sus previsiones sobre el fin que les esperaba. Al P. Gelada le decían las religiosas: -“¡Ay, Padre! ¿Y si los “rojos” le descubren?”
-“¿Qué importa? –respondía-. Recuerden las palabras de Jesucristo a Pedro: Cuando eras mozo, ibas donde te daba la gana; ahora que eres viejo, te llevarán a donde menos te agrade.”
Algunas veces su rostro se contraía con visible disgusto. Sucedía esto siempre que en su presencia se hablaba mal de los enemigos. Amaba a éstos con un amor que llamaríamos heroico, si no se tratase de un sentimiento que viene a ser como natural en quien ama de veras a Dios y a los hombres por Dios. Por eso no consentía el P. Gelada que se pronunciase en su presencia sino palabras de perdón.
De igual manera, el Hno Barrio, a cuanto oía que pudiera ser desagradable, dedicaba este comentario:
-“¡Sea siempre lo que Dios quiera! ¡Hágase en todo la voluntad de Dios!”.
En cuanto al P. Carrascal, tan animoso él, en su humildad manifestaba desconfianza de sus propias fuerzas y sólo confiaba en el Señor, y de ahí le vino el decir cuando partía hacia el suplicio: -“Hermanas, digan a las niñas que pidan para que muramos mártires”. “Esto era lo que temía: no morir como mártir. Lo demás, la vida, le importaba poco; prueba de ello fue que la desafió cuando teniendo medios para marchar, no quiso, antes se opuso, aun en medio de tantos peligros.”

El día 3 de octubre, al recibir la noticia de la detención de los PP. Carazo, Martínez y Arteaga, hicieron ofrecimiento de su vida a Jesús y María por medio de una sentida oración que leyó el P. Carrascal. El P. Gelada y el Hno Barrio mostraban, en medio de su fervor, gran serenidad: “Os ofrecemos nuestras vidas... por los infieles, por nuestra amada Congregación, por estas religiosas, por nuestros enemigos, por España”.
Días más tarde, el Hno Garriga, asilado en la Fonda Nueva, fue detenido y asesinado. Era la noche el 11 de octubre. Así llegó el día 13 de octubre de 1936, en que a eso de las once de la mañana, un tropel de milicianos y milicianas armados con ametralladoras acordonaron completamente la finca conventual del Asilo. Llamaron a la puerta ordenando “la inmediata entrega de los PP. Carrascal, Gelada y Barrio, pues sabían de cierto que se encontraban escondidos allí”.
Al ver que toda tentativa de ocultación resultaba imposible, el P. Gelada abrió la puerta de la casa y presentándose ante los que los buscaban, les saludó con toda naturalidad: -“Buenos días, señores...”
Al fin, relata una religiosa, “se los llevaron con mucho tropel de gente”.
Hasta bien entrada la noche los tres religiosos permanecieron encerrados con otros prisioneros en el coro del Convento de Madres Clarisas, convertido en cárcel durante la Revolución. Poco antes de la medianoche, les subieron a un vehículo que tomó dirección a Santander. En el término de “Jesús del Monte”, a una hora de camino, fueron canjeados por otros prisioneros y llevados a las proximidades de Torrelavega, hasta un lugar llamado La Montaña, en donde murieron acribillados a balazos los siervos de Dios en la madrugada del 14 de octubre de 1936.

D. Antolín Azcárraga, vecino de Castro, declara: “De lo que no hay duda es que a los siete se les quitó la vida por ser religiosos, ya que su conducta durante su permanencia en Castro Urdiales fue intachable, y no hicieron más que bien, gozando todos ellos de fama de santos...”
De los siete mártires castreños, Misioneros Hijos del Corazón de María, sólo los PP. Gelada y Carrascal y el Hno Barrio tienen la causa de Beatificación iniciada, junto a otros 106 hermanos claretianos, que testimoniaron su fe en lugares diversos. La documentación definitiva del proceso se presentó en la Congregación para las Causas de los Santos en el año 2006. Mientras estamos a la espera de su glorificación, debemos celebrar que nuestros hermanos nos han dejado una herencia admirable. Con ellos debemos glorificar al Señor y en ellos tenemos unos protectores y un modelo de fidelidad que nos sirven de estímulo para seguir caminando.











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