giovedì 20 ottobre 2011

19 Octubre 1936


P. Jaime Girón

y Compañeros mártires de Cervera



En Cervera (Lérida), 1936, los claretianos disponían de una Comunidad rica en personas, en capacidades humanas y en valores espirituales. No era casualidad que su sede fuera el espléndido, inmenso y elegante edificio de la antigua Universidad de Cervera fundada por el rey Felipe V.
En aquellas fechas se hallaba en Cervera el Seminario Mayor de la Provincia Claretiana de Cataluña. De aquí salieron hacia Barbastro los Estudiantes del último curso, cuando ya estaban para llegar desde el Seminario de Solsona los del primer curso de teología. Componían la Comunidad 154 individuos: 30 Sacerdotes, 51 Seminaristas teólogos, 35 Hermanos y 38 Postulantes.


A los pocos días de estallar la Revolución del '36, la Alcaldía exigió el desalojo de la Universidad, si bien ofrecía autocares para el traslado de todos los individuos hacia la frontera con Francia o a Solsona, en donde se hallaba el Seminario Filosofado. Este viaje se vió interceptado cuando apenas se habían recorrido 30 kilómetros. Los Postulantes quedaron en San Ramón acogidos en familias. Los demás, reemprendieron viaje de regreso a pie hasta la finca de Mas Claret, cerca de Cervera.

Los que pudieron llegar al Mas Claret se reunieron en la capilla y allí se ofrecieron a la voluntad amorosa de Dios. El P. Juan Agustí, en funciones de Superior, y el P. Felipe Calvo, Prefecto, confeccionaron listas para facilitar la dispersión en grupos. Entre abrazos efusivos cada grupo fue tomando su rumbo mientras unos a otros se decían emocionados: - ¡Adios! ¡Hasta el Cielo! ¡Sea todo para gloria de Dios y dela Congregación!

El día 24, al amanecer, llegaron en un auto y un camión los miembros del Comité Revolucionario de Cervera para incautarse de la finca. Hicieron inventario de todo y dieron la orden terminante: - ¡Todos fuera! Sólo pueden quedarse para trabajar la finca lo que ya vivían aquí.

En ese día quedaron en el Mas Claret sus 11 moradores de entonces, aunque pronto se les añadirían otros que volvían buscando refugio en medio de la hecatombe.
Por la tarde, después de la emocionada despedida bajo el viejo saúco, el grupo del P. Manuel Jové emprendía la marcha hacia Vallbona de les Monges, pueblo natal del Padre. En total eran 15 jóvenes camino del martirio, que finalizó el día 26 de julio en el cementerio de Lérida. (Ver en este mismo Blog la fecha de 26 de julio)

El Hno Fernando Saperas tuvo su particular viacrucis en solitario. El heroísmo humano y espiritual con que lo afrontó le ha merecido el título de Mártir de la Castidad. Murió a las puertas del cementerio de Tárrega el 13 de agosto. (Ver en este mismo Blog la fecha de 13 de agosto)
Fernando Saperas rompe la marcha de los mártires que murieron fuera de grupo. Todos nos legaron páginas hermosas de heroísmo oculto, nos dice el P. Pedro García en su libro Crónica Martirial, al que remitimos a nuestros lectores.

Acogidos en el Hospital de Cervera había quedado un grupo de ancianos y enfermos, a cuyo inmediato cuidado se encontraba el P. Buxó, médico de profesión. También se sumaron al grupo los PP. Jaime Girón y Pedro Sitjes, Superior y Ecónomo de la Comunidad respectivamente, para poder coordinar en lo posible los pasos de sus encomendados. Todos ellos acabarían cayendo bajo el vendaval de odio reinante.  Destaquemos la figura del P. Juan Buxó, médico de profesión, que, al ser reclamado por sus antiguos colegas de Barcelona, respondió como era de esperar en un espíritu tan recio como el suyo: “Mi puesto es al lado de mis hermanos enfermos”. Emotivo fue el encuentro con uno de los milicianos que le prendieron para llevarle a la muerte, a quien había curado de una pierta rota con tanto afecto que el enfermo le había dicho: - A ti no te pasará nada. No tengas miedo. Yo te salvaré. A ese miliciano, ahora que le llevaba a la muerte, el P. Buxó le dirigió estas palabras: -¿Tú también, Enrique? ¿Tanto daño te he hecho, que me tienes que matar?

El día 2 de septiembre recibieron de la Junta del pueblo una llamada urgente: -Salgan todos los que puedan, porque va a pasar algo grave. Los PP. Girón y Sitjes, amparados por la noche salieron en dirección al montículo llamado Les Forques. Allí se despidieron al salir el sol del nuevo día: -¡Adios, Padre, hasta el Cielo!.
El P. Sitges, con un saco y un rastrillo al hombro, igual que un campesino hecho y derecho, se dirigió hacia Igualada, como quien va a Barcelona. Cerca del pueblecito de San Martí de Tous unos leñadores advirtieron un tiroteo que les hizo sospechar la tragedia... Cuatro días después un joven dio con el cadáver, que llevaba dentro de la ropa, como único haber, un rosario y un pequeño crucifijo con reliquia del P. Claret.
El P. Girón, a su vez, dirigió los pasos hacia la pacífica comarca de Solsona. A media mañana del día 4, en las cercanías del pueblo de Torá, se encontró con un pastor a quien preguntó: -Buen hombre, ¿hay por aquí alguna casa de confianza? La respuesta del pastor fue aparentemente amable. Siguió el camino el P. Girón hasta que poco tiempo después fue apresado por unos milicianos a quienes el pastor había dado aviso.
Pasó lo restante del día en la cárcel hasta que bien pasada la media noche lo sacaron para llevarlo a fusilar a la puerta del cementerio del vecino pueblo de Castellfollit. Iba acompañado del Comité en pleno y de unos veinte curiosos, ávidos de presenciar un espectacular fusilamiento.
Colocado ante la pared, el Padre reinvindicaba el amor que siempre había tenido a los obreros y exhortaba a sus verdugos a volver al buen camino, hasta que una voz de mando interrumpió:  -¡Venga, a tirar! Que este tipo es capaz de convertirnos.
La descarga dejó al Padre en tierra. Inmediatamente fue despojado de lo poco que llevaba: el reloj y la pluma estilográfica. Éste final no le pilló desprevenido al P. Jaime Girón. En el Hospital, si recibía la visita de alguna Hermana y se le preguntaba qué hacía, su respuesta era muy simple: - Prepararme para morir. Cada día en la Misa ruego por el que me ha de matar.

Volvamos al Mas Claret. El Comité había establecido un ritmo de trabajo agobiante. Se acabó la trilla de los cereales. Se tenía que cuidar de los animales en los establos. Había que regar los campos. Y se debía producir mucho, nucho, porque cada día se preseentaba dos veces el camión a buscar la leche, los huevos o la fruta ya en sazón... El Comité exigía esfuerzos sobrehumanos.
Dentro de lo malo, reinaba cierta conformidad. Hasta el día 15 de agosto pudieron celebrar la Misa en comunidad, pero a partir de ese momento las cosas cambiaron: -Aquí no se reza más en grupo...
Tuvieron que ingeniárselas como pudieron para que al menos no les faltara la fuerza espiritual que les impulsaba a seguir adelante. El P. Leache, joven, simpático y decidido, se aventuró a todo: - Si nos matan por fascistas, maldita la gracia que nos hacen. Pero si es por ser sacerdotes o religiosos y por celebrar la Misa, ¡eso es morir mártires!
Así se llegó al día 19 de octubre, un día después de que hubieran muerto los hermanos que quedaron en el Hospital. A las cuatro de la tarde llega el consabido coche del Comité, del que bajan el chófer de siempre, un tipo extraño con cámara en mano para pasar por un fotógrafo, y un juez en funciones con la vara de la autoridad en la mano. Se trataba, dijo el chófer al Hno Bagaría, de “retratar a todos. Como cada día hay entre vosotros unos que vienen y otros que se van, queremos conoceros a todos”. Otros coches fueron llegando con el alguacil, entre otros...
Los Misioneros se arreglan la ropa, se asean algo y se reúnen en el patio de entrada donde ordenan las bancas para la foto. Las paredes del edificio les impedían ver lo que tenían detrás a sus espaldas: una treintena de forajidos, armados de ametralladora y fusiles.
-Nos están esperando y se va haciendo tarde. Vamos a hacer la faena, le dijo el juez.

Ya no hubo foto, porque nunca se pensó en ello. Atados de cuatro en fondo, las víctimas fueron caminando hacia el cobertizo del motor. Los Misioneros se perdonaron mutuamente mientras los tres sacerdotes daban a todos la absolución. Serenos y resignados, desde el principio habían contado con la muerte y ahora tenían la palma al alcance de la mano.
Los verdugos emplazan la ametralladora en la era y colocan a las víctimas en la pequeña subida que inicia el campo hacia la derecha. El Hno Bagaría, al que los milicianos habían librado de morir por ser el encargado de la finca, no pudo contemplar la escena, pero sí oir el traqueteo de la ametralladora, que marcaba la hora a los dieciocho mártires de Cristo, que –frente a la era del pan y el lagar del vino- subían al cielo en la paz de aquel atardecer otoñal del 19 de octubre de 1936.

El proceso de Beatificación de los Mártires de Cervera se sigue en la Causa encabezada por Mateo Casals, Teófilo Casajús y Fernando Saperas, y que incluye a 109 Mártires claretianos de diversas Comunidades. Por motivos varios, en este número no se hallan incluidos la mayoría de quienes sufrieron martirio en solitario. Para unos y otros nuestra admiración y cariño.

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