giovedì 13 agosto 2009


HOY HACE 73 AÑOS


Los Misioneros Claretianos peregrinamos, al comenzar el tercer milenio, con unos compañeros de excepción: los Mártires Claretianos de Barbastro. Qué emoción puso Juan Pablo II, cuando los beatificó el 25 de octubre de 1992, llamándoles “El Seminario Mártir”. Desde entonces, se han convertido en fuente de espiritualidad juvenil que a tantos llega. Murieron por Jesús, como ellos repetían.

Eran los tiempos turbulentos de la Guerra Civil española, en el verano de 1936. Es difícil explicar tanto odio acumulado, tanta crueldad. Sólo una resaca secular de incomprensiones y sufrimientos puede arrojar alguna luz. Pero, en medio de las sombras, brilla la grandeza de una Iglesia que alumbró tantos mártires: sacerdotes, religiosos y seglares. Entre ellos, aquellos muchachos claretianos de Barbastro, en el norte de España, cerca de los Pirineos. Eran cincuenta y uno; la mayoría, sin alcanzar aún los 25 años. Los hombres de la revolución los sacan violentamente de la casa religiosa y los llevan a la cárcel, en un salón del colegio de los Escolapios.

Allí esperaron la muerte. Nunca una muerte tan presentida, tan aceptada, tan ofrecida a Dios y a los verdugos. Aquella comunidad prisionera estuvo hecha de heroísmo, de dificultades, de ejemplaridad religiosa. Durante el mes de su detención, crearon una mística colectiva. Era una comunidad orante. Recitaban el Oficio Divino de los mártires, el rosario o las oraciones de comunidad. Comulgaban clandestinamente, a veces, ocultas las sagradas formas en el pan del desayuno. Nos legaron escritos conmovedores de aliento y despedida; cualquier madera, y hasta un envoltorio de chocolate, servía para comunicar la tensión religiosa de aquella hora. Muchos textos se conservan en el Museo de los Mártires de Barbastro. Aquella vida sólo era turbada por las voces de quienes les injuriaban o por las prostitutas que intentan provocarlos.

Hasta que se los llevaron al suplicio. Atados por las manos, los subían al camión de la muerte. Ellos iban entonando canciones religiosas. Al fin, a la vera de un camino, en medio de la noche, caían, acribillados por las balas, aquellos cuerpos, iluminados por los faros del vehículo. Mientras, prorrumpían en vivas a Cristo Rey y al Corazón de María, ofreciendo el perdón a sus enemigos. Todavía quedan testigos, pocos ya, que presenciaron la tragedia.

Estas muertes de jóvenes claretianos son un testamento, un testamento espiritual. Su pasión y muerte constituyen un testimonio de lo mejor que atesora el corazón de un cristiano, de un religioso. Allí no cabían las dudas, los miedos, el desaliento. Todo fue radicalidad, grandeza de ánimo, disponibilidad. “Morimos todos contentos sin que nadie sienta desmayos ni pesares”, escribió el líder del grupo, Faustino Pérez. Su sangre fue no para la venganza sino para el perdón.: “A los que vais a ser nuestros verdugos os enviamos nuestros perdón”, escribió otro. Renunciaron a su pasión misionera por la pasión en su martirio: “Ya que no puedo ir a China, como siempre he deseado, ofrezco gustoso mi sangre por aquellas misiones”, dijo el estudiante Rafael Briega. No faltó ni el detalle, tan humano, del recuerdo a su familia, que pronto se enteraría de su muerte violenta: “No lloréis por mí, soy mártir de Jesucristo”, escribía Salvador Pigem, quien rehusó la liberación, por parte de un miliciano, porque no quería separarse de sus hermanos religiosos.

Fue un martirio lento, pero siempre vivido con paz y entusiasmo. Cantando marchaban al suplicio; sobre todo, aquella canción que dice:
“Jesús ya saber soy tu soldado, siempre a tu lado yo he de luchar; contigo siempre y hasta que muera una bandera y un ideal. ¿Y qué ideal? Por ti, Rey mío, la sangre dar”.

mercoledì 12 agosto 2009



HNO. FERNÁNDO SAPERAS ALUJA

MÁRTIR DE LA CASTIDAD


Alió (Tarragona), 08-09-1905; Tárrega (Lérida), 13-08-1936




Al igual que el Seminario claretiano de Barbastro, el de Cervera merece también ser calificado como Seminario Mártir. Fueron 60 los claretianos victimas del odio irracional contra todo lo que sonara a cristiano.

No hay que buscar mucho para encontrar entre estos mártires ejemplos de valiente testimonio de la fe, de fidelidad heroica y de generoso amor a la vocación religiosa. Y aunque todos los 60 claretianos son merecedores de nuestro cariño y admiración, fue, tal vez, el Hno Fernando Saperas quien tuvo que soportar la muerte más ignominiosa y cruel.

Perteneciente el Hno Saperas a la Comunidad Seminario de Cervera, fue, sin embargo, en Tárrega donde culminó su sacrificio. “Os dejamos un recuerdo”, dijeron los verdugos a un vecino de esta ciudad.Y en verdad que el martirio de Hno Saperas es digno de recordar.
Fue un acontecimiento en el que se encontraron la imaginación más soéz con la entereza de espíritu más firme y más noble. Arrastrado el Hno de un lugar a otro, sufrió las humillaciones más inimaginables en los prostíbulos de Cervera y Tárrega durante quince eternas horas. A las insinuaciones obscenas de sus verdugos, el Hno Saperas respondía repetidamente de la misma manera: “Matadme, si queréis, pero eso no”.

Un testigo presencial declaró años más tarde:
- "¿Qué hacía aquel religioso? ¡Nada! Siempre con la cabeza baja, avergonzado, y sin decir ni una palabra. Sufría todas estas brutalidades, seguidas de puñetazos para ver si levantaba la cabeza, y ante el Crucifijo que le pusieron a la vista”.

El P. Pedro García, en su libro Crónica Martirial añade: “Alguien, que oyó contar todo a los milicianos, al mismo tiempo que atestiguaba la firmeza indomable del Hermano, dice de él que lloraba. Es el único testigo que me lo cuenta, pero esas lágrimas viriles en medio de una lucha tan gigantesca por la virtud, son el mayor elogio del héroe y la ofrenda más valiosa ante Dios”.

Tárrega conserva con emoción el “recuerdo” del Hno Fernando Saperas. Cada 13 de agosto, en la Parroquia Santa María del l’Alba de Tárrega, con el aliento incansable de quienes por más de 50 años han constituido la Comisión por la Beatificación del Hno. Saperas y el apoyo incondicional del Rector de la Parroquia, se “recuerda” el admirable ejemplo de fe y fidelidad protagonizado por el Hno Fernando Saperas, del que alguien ha dicho que “pocos casos habrá como el suyo en la historia del cristianismo

BARBASTRO

La fe es más grande que la muerte


El Viacrucis claretiano en Barbastro se desarrolló a lo largo de 20 días en el verano de 1936. La salida hacia el “Calvario” la marcó el toque de la pequeña campana de la Comunidad: “aquella campana, (que) en sus largos años de servicio claustral, nunca había llamado con tanto amor como ahora que llamaba al martirio… y fue obedecida con la fidelidad de siempre”
A lo largo de tres semanas, los miembros de aquel “Seminario Mártir” fueron llegando a la cima del dolor físico y moral, acosados y maltratados desde fuera, pero con un espíritu firme y con la alegría de saberse fieles al Maestro.



El 12 de agosto fue una de las cinco fechas gloriosas en que nuestros hermanos de Barbastro escribieron con letras rojas su testimonio de amor a Cristo.
En la madrugada de este día habían sido fusilados los “seis de más edad”, que se sumaban a los “tres superiores” que habían entregado su vida diez días antes, sin que esta última circunstancia fuera todavía conocida por los cuarenta jóvenes que quedaban en el salón-cárcel de los Escolapios, todos menores de 26 años.
Haciendo éstos gala de la mejor iniciativa juvenil, aprovecharon un papel envoltorio de chocolate para estampar todos en él la firma rubricando la profesión de los sentimientos que en ese momento les embargaba:

Agosto, 12 de 1936. En Barbastro. Seis de nuestros compañeros son ya Mártires, muy pronto esperamos serlo nosotros también, pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, por el reinado definitivo de la Iglesia Católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias. ¡La ofrenda última a la Congregación de sus hijos mártires!


Y al final, después de las firmas, continúa un escrito del siempre animoso Faustino Pérez:

Vive inmortal, Congregación querida, y mientras tengas en las cárceles hijos como los tienes en Barbastro, no dudes de que tus destinos son eternos. ¿Quisiera haber luchado entre tus filas! ¡Bendito sea Dios!