martedì 3 agosto 2010


Prisioneros en el Colegio de Escolapios

Primeros días de agosto, 1936

La muerte de los tres superiores del colegio permaneció oculta durante varios días a los misioneros encerrados en el Salón de los Escolapios. Todo lo presentían, pero no quisieron creerlo hasta que el Hno Vall, a quien los milicianos concedieron una relativa libertad, y a quien no fusilaron para aprovechar sus oficios de cocinero, se lo confirmó: “Cuando les dije ya, a última hora, que los Padres habían muerto, quedaron tranquilos. Estaban tan resignados a morir que la muerte no les impresionaba”

En qué ocupaban el tiempo y cuáles eran los sentimientos que embargaban su espíritu nos lo cuentan los mismos mártires:






Pasamos el día animándonos para el martirio y rezando por nuestros enemigos y por nuestro querido Instituto...
(Faustino Pérez, 25 años)




Con la más grande alegría del alma escribo a ustedes, pues el Señor sabe que no miento: no me cansaría y (lo digo ante el Cielo y la tierra) les comunico con unas líneas que escribo que el Señor se digna poner en mis manos la palma del martirio; y en ellas envío un ruego por todo testamento que al recibir estas líneas canten al Señor por el don tan grande y señalado como el martirio que el Señor se digna concederme... Yo no cambiaría la cárcel por el don de hacer milagros, ni el martirio por el apostolado, que era la ilusión de mi vida. Voy a ser fusilado por ser religioso y miembro del clero
(Ramón Illa, 22 años)


Nos matan en odio a la Religión. Domine, dimitte illis! En casa no hicimos ninguna resistencia. La conducta en la cárcel, irreprochable. ¡Viva el Corazón Inmaculado de María! Nos fusilan únicamente por ser Religiosos. No ploreu per mi. Sóc màrtir de Jesucrist.
(Salvador Pigem, 23 años)

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